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Ana pide un hijo al Señor

Esta es la historia de una mujer de fe y oración. Ana era estéril (no podía tener hijos), pero uno de sus mayores sueños era ese: tener un hijo. Como si no fuera suficiente vivir con ese sufrimiento impuesto por la vida, Ana también tenía que hacer frente a las afrentas de Penina, la segunda esposa de su marido, Elcana. Él estaba casado con Ana y también con Penina. En aquel tiempo eso era común en algunas familias.

Al contrario que Ana, Penina sí tenía hijos. Por eso, Penina irritaba, insultaba y menospreciaba a Ana, porque Dios no le había permitido tener hijos. Sin embargo, a pesar de eso, el marido de Ana la amaba mucho.

Todos los años, Elcana iba con su familia al templo para adorar al Señor y ofrecer sacrificios. Allí repartía la porción del sacrificio con Penina y sus hijos y también daba una porción especial a Ana pues la amaba mucho. Pero Penina provocaba y atormentaba a Ana continuamente. Cada vez que iban en ese viaje a Siló, Ana se sentía tan humillada e irritada que lloraba amargamente y no quería comer debido a su gran sufrimiento.

Su marido Elcana la consolaba, pero Ana sabía que Dios era el único que podía ayudarla. Por eso, ese día después de la comida, Ana se levantó y comenzó a clamar al Señor. Ana oraba y lloraba porque tenía mucha tristeza en su alma.

Ella decidió hacer una promesa a Dios. Oró de todo corazón diciendo, «Señor Todopoderoso, mira mi desdicha, acuérdate de mí y concédeme un hijo varón. Si lo haces, yo te lo entregaré para toda su vida».

Pasó un largo rato y Ana seguía hablando con Dios en voz baja, no se entendían sus palabras. El sacerdote Elí pensó que ella estaba borracha. Ella oraba en voz muy baja, solo se movían sus labios. Y como Elí no lograba escuchar lo que ella decía, le preguntó:

—¿Hasta cuándo te va a durar la borrachera? ¡Deja ya el vino!
—No, mi señor; no he bebido ni vino ni cerveza. Soy solo una mujer angustiada que ha venido a desahogarse delante del Señor. No me tome usted por una mala mujer. He pasado este tiempo orando debido a mi angustia y aflicción.
—Vete en paz —respondió Elí—. Que el Dios de Israel te conceda lo que le has pedido.
(1 Samuel 1:14-17)

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